martes, 30 de diciembre de 2008

Relato Erótico 4: "Navidad en Bangkok, 31 de Diciembre..."

Relato Erótico de Navidad
Bangkok, 31 de Diciembre
Hablar del invierno en Tailandia es hablar de la noche. Los últimos y primeros días del año apenas gozan de la luz del sol. Las calles, inundadas de puestos callejeros y hombres que harían cualquier cosa por cuatro centavos, son laberintos guiados por letreros de neón. A las diez de la mañana del día de fin de año aún quedaban unas tres horas de luz y había un sedán negro aparcado en la puerta del mejor hotel de la ciudad, lo cual no era decir mucho en Bangkok (al menos, éste era espectacularmente grande). Un escuchimizado botones, que seguramente sería más joven de lo que aparentaba, se adelantó a abrir la puerta trasera del coche para que un espléndido ejemplar de fémina naciese al exterior e intentara descifrar con asombro los metros de altura del hotel mirándolo como quien mira una sabrosa torre de chocolate. Ella se llamaba Laura.

Viajaba con su joven marido, Josh, vicepresidente de una empresa textil que le permitía sentarse todos los días tras un mesa de ébano y fingir que en el resto del mundo no pasaba nada. Él tenía que reunirse allí para cerrar un trato con unos importantes clientes tailandeses esa misma tarde. Luego estaban invitados a la fiesta de fin de año que se inauguraría tras la medianoche. Ambos entraron en el hotel y firmaron antes subir al ascensor acompañados de sus maletas de Gucci. Laura se sentía extraña entre los tailandeses, todos le parecían iguales, pero cuando las puertas del ascensor se cerraban pudo atisbar la llegada de un hombre que acababa de entrar y se dirigía al conserje. No consiguió ver con nitidez sus rasgos, pero desde luego eran muy diferentes a todos los que habían pasado por delante suya aquel día. De repente pensó: “Menos mal, un tailandés al que he visto menos de mil veces.”

A la hora del almuerzo ya estaba anocheciendo y se podía observar un bellísimo ocaso rojizo en el cielo. El comedor estaba situado en el piso más alto y las paredes que daban al exterior eran unas inmensas cristaleras que dejaban traspasar la estampa de crepúsculo flemático que estaba produciéndose fuera. Josh almorzaba en una suite preparada por los clientes tailandeses para comer juntos y en intimidad del resto de huéspedes. Laura tuvo que subir al comedor sola, lo que la hacía sentirse especialmente incómoda. Se sentó en una mesa cerca del fondo y miró hacia todos lados buscando un camarero. Entonces descubrió que la persona que estaba sentada en la mesa de frente era aquel hombre diferente del hall. Ahora podía distinguir mejor sus facciones y supo que era occidental. Su rostro era una sucesión de ángulos con una mandíbula y pómulos especialmente marcados. Bajo su nariz recta, de tamaño medio, se encontraba una boca, delimitada por labios rosados, de esas que cuando sonríen revelan cierta arrogancia. Su mirada era ambigua, tan siniestra y gélida como penetrante y seductora. Estaba envuelta en una cortina de misterio que conseguía levantar miedo o atracción, según deseara, y la guardaban unos elegantes ojos rajados de color verde selvático. Su cabello era negro azabache y contrastaba con el blanco de su piel. Sacó un encendedor de gasolina para prender un cigarrillo rubio con un movimiento rápido y hábil con una sola mano que terminó en un chasquido metálico al cerrarlo. Fumaba con la misma seguridad que un rey en su palacio y con cada calada dejaba un estela de humo denso que formaba una especie de niebla efímera a su alrededor. Él se dio cuenta de que lo miraba y le dedicó una sonrisa ligera, pícara e incisiva. Ella optó por responder:

-No conozco a nadie que siga utilizando esos encendedores.
-Seguro que hay muchas cosas que aún no conoce.- contestó él con una voz suavemente rajada.
En ese instante hizo acto de presencia el camarero para preguntarle a Laura qué deseaba de almorzar.
-Tráigame una merluza con gambas y vino tinto, por favor.
-Estoy seguro de que el vino blanco le gustará más con el pescado.- interrumpió el hombre de la mesa de frente.
-¿Si? ¿Y cuál me recomienda?- preguntó Laura con tono ronroneante.
-Una merluza con gambas pide un vino blanco fermentado en barrica. Quizá un Sauvignon Blanc... o un Chardonnay.
-Le haré caso. Sauvignon Blanc. Espero que no se equivoque.
-Yo también lo espero. Hay dos cosas en las que no consiento quedar mal. Una de ellas es el vino.
-¿Y la otra?
-El billar.
-¿En serio? ¿Juega usted al billar? Yo también.
-No lo dudé ni por un momento.
-¿Es bueno?
-Eso dicen.
-¿Y qué estrategia utiliza para ganar?
-Soy de los que piensan que lo mejor es observar al rival. Descubrir sus debilidades... y atacar por ahí.
-¿Tiene algún saque especial para empezar?
-Bueno... tutearse sería un buen comienzo.
Laura se dio cuenta de que él siempre terminaba las frases con una leve sonrisa entre socarrona y cínica. Eso le llamaba la atención.

Para cuando el camarero volvió con la merluza y el vino, los dos estaban sentados en la misma mesa. El hombre de los ojos verdes le pidió un ron con hielo mientras apagaba el cigarrillo que había estado fumando. Cuando el camarero se fue Laura probó el vino y dijo que estaba exquisito. Siguieron hablando mientras ella terminaba su merluza y él su copa de ron. Laura descubrió que él se iba de la ciudad después de la fiesta de fin de año, en el primer vuelo. Esto le transmitió cierta serenidad, pensando que la tentación no duraría mucho. Aún así, su conciencia la hacía comer rápido de forma instintiva, quizá en un reflejo para escapar de lo prohibido. Acabó antes que él y éste preguntó:
-¿Eres así de rápida para todo?
-No, los helados siempre se me derriten antes.
Ambos se rieron y ella aprovechó para preguntarle algo que la había hecho pensar durante la comida:
-¿Cómo es que sabes tanto de vinos y estás bebiendo ron? Ésta era tu oportunidad para sorprenderme con algún tipo de vino excepcional.
-Hace años que no tomo vino ni ninguna otra bebida excepto ron.
-¿Y eso?
-Es una historia muy larga.
-Cuéntamela. Tengo tiempo.
-La respuesta en el próximo episodio... ¿Continuará?- dijo él dando el último trago y levantándose de la silla. Sacó dos billetes y los dejó encima de la mesa.
-Espera. ¿Cuál es tu nombre?
-518.
Ella rió suavemente.
-Ciao, bella.- se despidió él con una de sus sonrisas y desapareció entre la multitud del comedor.

En aquel momento, sola en una mesa de un comedor de Tailandia, con su marido un piso más abajo, una sensación de culpabilidad y deseo incontrolable embargó a Laura. Aquel hombre de ojos verdes había conseguido llamar su atención como ningún otro hombre lo había logrado jamás. Anhelaba con todas sus fuerzas correr hacia la habitación 518 y lanzarse a sus brazos entregándose en cuerpo y alma a un desconocido. Y entonces miraba su mano decorada con un brillante anillo de matrimonio que, aunque llevaba poco tiempo en su dedo, no pensaba manchar. Se consoló pensando que había coqueteado con él porque necesitaba compañía y jugar con un hombre siempre resulta divertido y, a menudo, reconfortante. Supo que se engañaba, que ésta vez era ella la que había quedado prendada. Bajó a su habitación y se invitó a una copa. Intentó hacer otras cosas, pero no conseguía concentrarse. La imagen de él y su mirada selvática, su sonrisa pícara... saltaban en su mente como un flash. Llamó a su marido para preguntarle cuanto más tardaría y éste le respondió que iría directamente a la fiesta de las doce de la noche porque las negociaciones estaban siendo extremadamente complicadas. Laura colgó, bebió de un trago otra copa y antes de seguir pensando corrió a buscar la habitación 518.

Cuando la encontró se paró un momento a retocarse en un espejo situado a la izquierda de la puerta. Llamó dos veces con los nudillos y, al cabo de un momento, la puerta se entreabrió. Laura dudó un instante antes de pasar. Al entrar se encontró con un pasillo oscuro que la guió hasta el fondo de la suite, donde la habitación se iluminaba tenuemente con la luz de unas velas ante las que había colocada seda roja. Conforme daba otro paso hacia delante más inconsciente era de hacia donde caminaba. Entonces, a su espalda alguien la agarró suavemente de la cintura y dijo:
-¿Jugamos?
Ella no se dio la vuelta. Tan solo preguntó:
-¿Cómo sabías que vendría?
Ésta vez nadie contestó. Ella sintió el roce de una tela sobre su rostro. Él colocó una venda negra ante sus ojos sin decir ni una sola palabra. A continuación desabrochó el vestido de Laura mientras besaba su cuello desde atrás y lo fue deslizando hasta dejar su piel casi desnuda como la venus de Botticelli con lenceria escarlata. Acarició sus caderas y sus muslos, examinando su tacto. Recorrió con sus dedos la columna de ella, desde abajo hacia arriba, hasta llegar al sujetador. Lo desabrochó y dejó que cayera al suelo como una hoja de árbol en otoño. La guió hacia la cama y la recostó. Se esmeró en besar cada centímetro, cada curva. Levantó los brazos de Laura y dejó una estela de pasión con sus labios que tomó camino hacia abajo, parándose de nuevo en el cuello, mordiéndolo y luego haciendo lo mismo con su oreja derecha. Esto provocó que el vello de Laura se erizase.

Él siguió bajando hacia los pechos, que acarició con las palmas de sus manos, pasándolas por encima y luego cerrándolas sobre ellos. Acercó su boca a uno de sus pezones y lo besó una vez. Lo volvió a besar y a la tercera vez utilizó su lengua para recrear un círculo a su alrededor terminando en la punta, donde aplicó más velocidad y al levantar la cabeza observó que el pezón estaba erecto. Volvió a bajar la cabeza para lamer el pezón ahora excitado. Lo succionó y luego le dio un par de mordiscos suaves, mientras examinaba con sus dedos el vientre de Laura. Hizo dibujos en él con su lengua y besó su ombligo. Luego se aproximó a su cadera y su costado, que acarició ésta vez con las uñas de una forma ligera, apenas rozándolo. Bajó hacia el lugar donde terminaba el túnel de sus piernas. Acarició con cariño sus muslos por el interior antes de dedicarse a besar sus ingles y toda la zona cercana a su sonrisa vertical. Pasó su rostro por los labios mayores y de repente subió hacia arriba para besarla, incorporarla lentamente y librarla de la venda, bendiciendo con sus labios los párpados antes de que pudiese abrirlos.

Laura estaba enmudecida. Entonces, de una forma salvaje despojó al hombre de los ojos verdes del jersey que llevaba puesto y pudo ver su torso firme de músculos definidos. Lo tocó y comprobó su rigidez antes de aproximarse a los pantalones. Pudo ver a su amante provisto únicamente de su ceñida ropa interior, que dejaba intuir una cualidad fantástica. Laura no pudo aguantar más la tentación y bajó la ropa interior de su compañero. Entonces repitió la mirada que tuvo al bajarse del coche y ver por primera vez el edificio del hotel de Bangkok. Definitivamente, estaba descontrolada. Agarró con su mano el grueso miembro de su amante y bajó la cabeza para besarlo. Necesitaba saciar su apetito, de modo que lo introdujo lentamente en su boca, acariciando con la lengua su cabeza prominente. Sintió su olor a sexo. Lo introducía y lo sacaba rítmicamente, y cada vez que éste salía de su boca sus labios parecían más voluminosos por un instante. Luego lo recorría desde su base hasta la cabeza y viceversa. En ese momento, el amante la sujetó suavemente de la barbilla para indicarle que subiese hasta su boca.

Se besaron mientras él volvió a tumbarla y luego bajó su mano hacia el clítoris de ella. Colocó su dedo índice y su anular de forma que sujetasen los pliegues que protegían la perla del placer. Introdujo el dedo medio en la vagina para humedecerlo con los fluidos de ella y conseguir que se deslizase mejor alrededor de su clítoris. Jugó con su perla mientras se fundían en un eterno beso de pasión salvaje donde los labios de uno luchaban por conquistar los del otro y sus lenguas se enroscaban entre si. Él decidió que ya era hora de profundizar más y volvió a introducir su dedo medio en la vagina de Laura. Luego, poco a poco introdujo el dedo anular, esperando a que se humedeciesen más para iniciar un movimiento de los dos dedos hacia dentro y hacia fuera. En un instante climático, él paró de forma cortante el movimiento y Laura lo miró con cara de no haber rogado nunca nada con más ansia. Gimió exigiendo más de aquello y agarró la mano que su amante había colocado en su vagina. Apretó la mano de él contra si misma y volvió a gemir. Entonces, incapaz de articular palabra, miró a los ojos de su amante con mirada asesina. Él sonrió con malicia y entonces ella se abalanzó sobre él. Le besó, le mordió, le arañó y buscó a tientas su miembro erecto para introducirlo dentro de si misma. Él agarró con fuerza los muslos de ella y los arañó hasta llegar a las bragas, que se habían quedado solo un poco bajadas, y tras arrancarlas de una forma salvaje las lanzó a un lugar perdido de la habitación. Ella acarició su clítoris contra la cabeza del miembro de él. Y por fin, el hombre de los ojos verdes entró en Laura, que suspiró como quien encuentra un oasis. La vagina de ella y el miembro erecto de él comenzaron a bailar juntos un vals húmedo y ardiente. Ella cabalgaba a su objeto de deseo como jamás lo había hecho, casi con gula. Al tiempo, él la agarró entre sus brazos y se irguió para colocarse de rodillas encima del colchón. La besó una y otra vez mientras la poseía desde atrás. La vagina de Laura empezaba a parecer un océano. Ella se agarró a los barrotes de la cama y pensaba que aquel estaba siendo el mejor momento de toda su vida. Por un lado quería disfrutarlo, que no se acabase nunca, pero por otro estaba descompuesta con la tortura de placer a la que él la estaba sometiendo.

Luego, el hombre de los ojos verdes salió de ella y Laura se volvió como una leona en celo. Él la sujetó y la volvió a tumbar boca arriba. Elevó las piernas de ella hasta colocarlas encima de sus hombros y volvió a entrar. Volvió a iniciar el movimiento, parando de vez en cuando para observar la cara impotente de Laura, que deseaba tocarle y besarle sin poder hacerlo. A la vez que penetraba utilizaba sus dedos para sugestionar el clítoris de Laura. Ella estaba a merced del antojo de aquel desconocido. Él sintió la vagina incendiada y aceleró el ritmo, entrando y saliendo a la vez que giraba sus caderas en movimiento de reloj, y luego al contrario, para seguir hacia arriba y abajo y vuelta a empezar. Profundizó. Ella gritó. Él tuvo misericordia. La excitación llego a su cenit para ambos. El bajó las piernas de ella y, sin salir, sujetó con sus manos el rostro de Laura y la besó.

Laura miró el reloj y se dio cuenta de que faltaba muy poco para medianoche. Lo último que deseaba era irse de aquella habitación, de los brazos de aquel hombre. Pero pensó en su marido, en su vida, y ambos se despidieron, prometiendo encontrarse en la fiesta de fin de año. Una vez en el salón privado del hotel, donde la fiesta tendría lugar cuando pasasen las doce, comprobó la gran cantidad de gente que había, algunos de ellos ataviados con ropas realmente extravagantes que consiguieron sacarle una sonrisa. En un extremo pudo encontrar a su marido, acompañado de dos hombres occidentales y cinco orientales. Se acercó a la mesa en que estaba sentados, pero tras una mirada de Josh comprendió que no era el momento de presentarse. De modo que siguió paseando por el inmenso salón y fue a pedir una copa de ron en la barra. Sintió que alguien la rozaba por detrás y, al volverse, pudo ver la mirada ambigua del hombre de los ojos verdes, acompañada de su inseparable sonrisa. Éste le preguntó sin dejar de sonreír:
-¿Te has unido a los piratas?
Ella tardó un momento en comprender que se refería al ron. Él le arrebató la copa, dio un sorbo y se volvió para caminar en dirección contraria. Laura lo siguió por inercia. Entraron en una cocina vacía que se comunicaba con el salón. Él cogió una cuerda que había en una estantería y se volvió para mirar a Laura y decirle con voz insinuante:
-¿Jugamos?

Laura puso cara de asombro y movió la cabeza en acto de negación excesiva.
-Ni lo sueñes.
-¿Por qué soñar cuando puedes hacer realidad tus sueños?- contestó él mientras caminaba lentamente hacia ella.
Actuó rápido y la agarró. Laura intentó zafarse de sus brazos pero solo consiguió ser llevada hasta una mesa de mármol. Él la subió a la mesa y tiró de las muñecas de Laura hasta que logró tenerlas cerca de un soporte metálico pegado a la pared, al que consiguió atarlas. Luego bajó hacia la cadera de ella y subió su falda, comprobando que seguía sin bragas.
-¿Las venden caras en Bagkok?- preguntó él con ironía.
Separó sus piernas y colocó sus manos sobre las ingles de ella. Susurró pidiéndole que no se moviese tanto. Apartó los labios mayores y paseó su lengua de abajo arriba hasta llegar al clítoris. Lo hizo más visible y comenzó a besarlo. El ruido del salón se podía escuchar perfectamente. A él no le importaba, mientras que Laura se sentía tremendamente nerviosa e intranquila. Él se lamió dos dedos y los introdujo en su vagina. Mientras, con su lengua dibujaba figuras esféricas en torno al clítoris, que gritaba que lo abrazasen. Pasó sus labios húmedos sobre él y lo volvió a besar, apretando ésta vez sus labios contra la perla de Laura. Subió su mano izquierda para acariciar los pechos de ella y comprobar que sus pezones estaban erguidos. Volvió a introducir dos dedos de la otra mano en la vagina y comenzó a estimularla a tres bandas sin cesar. Ella no pudo evitar gemir cada vez más, respirando con velocidad.

Entonces una voz gritando el nombre de ella se alzó en la cocina. Laura supo que aquella voz intrusa pertenecía a su marido, que no consiguió ver la identidad del hombre que estaba poseyendo a su mujer. Josh decidió no entrar y largarse. Laura exigió que la desataran y el hombre de los ojos verdes lo hizo. Ella corrió en busca de su marido y lo encontró tomando una copa solo en una ventana del pasillo. Caminó hacia él, pero antes de llegar a su altura se volvió hacia atrás, pensando en el destino de su amante. Vio a éste irse del salón por la salida que desembocaba directamente a la calle. De repente, pensó que aquel hombre significaba más para ella que su propio marido y que si lo dejaba marchar sin saber ningún dato sobre él no se lo perdonaría jamás. Laura cambió de dirección y corrió escaleras abajo. Paró en la conserjería y le preguntó al encargado hacia donde se había ido el hombre de los ojos verdes. El tipo le contestó que no había visto salir a nadie porque estaba mirando la televisión para brindar por el fin de año, que estaba a punto de producirse. Desesperada, le describió a su amante para que pudiese decirle qué nombre había escrito al registrarse en el hotel. El tipo le contestó que no conocía a ningún huésped que respondiese a esa descripción. Laura corrió hacia la calle y al abrir las inmensas puertas del hotel escuchó en estallido brutal. La gente en la calle lanzaba gritos de júbilo y el cielo se teñía de colores con los cohetes. Acababa de nacer el nuevo año. Miró el río humano que inundaba la avenida y buscó en vano a su amado. El hombre de los ojos verdes había desaparecido para siempre.

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