lunes, 27 de julio de 2009

¿Dónde guardamos los juguetes sexuales?

Un vibrador que cae rodando al suelo y va a parar a los pies del hijo adolescente: sorpresa y desconcierto en el hijo; turbación, nerviosismo y mucha, mucha vergüenza en la madre. Justo cuando ella estaba deshaciendo la maleta al regresar de un viaje de trabajo, se escurre el indiscreto cacharro en el momento más inoportuno: cuando estaba comentando con su hijo de 16 años las novedades durante su ausencia.

Esta historia nos la contaba una paciente. Su problema no es sexual, viene a consulta psicológica por ansiedad y estrés. Se trata de una profesional competente que, en un viaje de trabajo, había incluido en su equipaje un vibrador para aprovechar la intimidad del hotel y darse un homenaje autoerótico. Se trataba de un pequeño y sencillo vibrador de dos pilas doble AA, que compró por curiosidad, lejos de los Rampant Rabits y otros artilugios más sofisticados; pero a ella le hace un excelente servicio. Ahora que está divorciada y que tiene tanto trabajo, le resulta consolador, nunca mejor dicho, poner en marcha el aparatito y conseguir el dulce y relajante orgasmo, en el preciso momento que lo desea. Cuando se va de viaje, siempre lo lleva; las noches de hotel, le ponen, dice; será que estar lejos de los hijos, de las esclavitudes domésticas y de las responsabilidades de la maternidad, sacan a flote su sensualidad y erotismo.

Cada vez son más comunes los juguetes sexuales y entre ellos destaca el vibrador, que parece que se ha convertido en artilugio imprescindible en la vida de muchas mujeres y algunos hombres. Atrás ha quedado la época en que se tenía que recurrir a otros objetos cotidianos para estimular los genitales. Sin embargo, la presencia de estos pequeños electrodomésticos puede resultar inquietante —¿lo podemos llamar así? No vemos por qué no, es eléctrico y es doméstico—. La sorpresiva aparición del aparato en la vida cotidiana puede ser perturbadora, como le ocurrió a nuestra paciente, y como podemos ver en la graciosa escena de esta conocida película.

Aunque pueda parecer una tontería, cuando en consulta hemos sugerido la posibilidad de introducir algún juguete sexual para darle un poco de aliciente al sexo, algunos pacientes se han mostrado muy preocupados ante el temor de que ese juguete pudiera ser descubierto por otro miembro de la familia. La idea de que los hijos, la madre o la suegra pudieran saber que disponían de algún juguete sexual les llenaba de rubor. Parece un poco absurdo, pero muchas personas lo viven así. La industria erótica, consciente de este problema, ha ideado algunos artilugios eróticos con la ingenua apariencia de un juguete tradicional.

Lo cierto es que los juguetes sexuales existen, son útiles y divertidos, y, desde luego, necesitan un espacio, un acomodo en nuestras estanterías y cajones, y un sitio en nuestra vida. Cada uno que los guarde donde quiera. Nos han hablado de sitios muy curiosos, el más simple y frecuente es debajo del colchón. Pero si alguien los descubre, en lugar de avergonzarnos debemos estar orgullosas de ser personas sexualmente activas, con una vida plena. Si nos creemos las comprobadas virtudes del sexo, ¿por qué nos tiene que avergonzar su práctica?

¿Tienes algún juguete sexual?

¿Dónde lo guardas?

¿Has descubierto algún juguete sexual?

¿Cuál te parece el mejor sitio para guardarlos?

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